viernes, 13 de noviembre de 2009

Mirada sobre el llanto

El llanto y mis reacciones a él serán motivo de este análisis.

Físicamente, los cambios son más que notorios. Mis ojos toman un color rojo sangre que hace contraste con el verde de mis iris de manera increíble (ni que fueran colores opuestos, che) que hace pensar que esas tres lágrimas que se escaparon en realidad, fueron tres océanos salados brotándome de los ojos. Cuando lloro se me pone roja la nariz también, recordando la bolita carmesí de los payasos tristes, y los labios no pueden evitar ponerse en un rictus que parece dibujado por una regla, de lo perfecto del trazo. Si lloro, la gente lo nota al instante. Y su pregunta es inmediata: ¿estás bien? Mi voz no me acompaña en esos momentos tampoco, se tiñe de un tono gravoso, salido directamente de ultratumba y temblorosa responde: sí, estoy bien. Ese es el momento en que mis ojos comienzan a lavarse por dentro nuevamente. Mierda.

Emocionalmente, el llanto puede devenir de motivos diversos y por lo tanto, tener consecuencias distintas.

Puedo llorar por una película que tiene un final feliz. Este llanto es corto, tres lágrimas, un snif snif y se acabó. La consecuencia de este llanto es de satisfacción, seguida por un sentimiento de que el mundo está lleno de historias buenas para contar.

También puedo llorar por una historia desgarradora (Paula, de Isabel Allende, creo que lloré tres años de lágrimas en unas 300 páginas). Este llanto viene acompañado de toda especie de sonidos guturales, debe ser sostenido por un pañuelo, toalla o cualquier otro elemento de tela que retenga la humedad. La consecuencia, es un bajón emocional que puede acompañar toda una tarde, pero que en el fondo, te gusta. Esa especie de sado que uno tiene, vió.

Puedo llorar por tristeza. Este llanto es más interno que externo. Llorar por una historia que no fue, por un final, por una desilusión. Por fuera apenas encontramos unas lágrimas huidizas (pero más que suficientes para desatar los efectos físicos del llanto) pero por dentro siento que se me desarman los órganos, disolviéndose en un líquido ácido, que te quema los huesos. Este es el llanto que me nace cuando estoy enojada conmigo misma, más que nada, aunque puede tener otras causas, ajenas al control de uno. Las consecuencias inmediatas implican que cada vez que te descuidas, viene una oleada nueva de llanto, te duele el cuerpo y sentís que el mundo es un lugar oscuro y cruel, con paredes grises que te encierran en una cárcel de opresión emocional. Este tipo de llanto va seguido de frases que van desde "Nunca más confío en nadie" (que nunca crees tampoco, pero que inevitablemente se dice) a "La vida es una rueda" (resignación, lisa y llana); para salir del pozo con un "Bueno, así es la vida" (y seguirá siendo así). Posteriormente, copa de vino en mano, nos damos cuenta que el vino es rojo, las paredes son blancas, la luz existe y da colores a todo, y que si estamos llorando ahora, es porque antes creímos en algo, que esto es vivir, y que si no nos equivocaramos, sería bastante difícil encontrarnos.

El llanto de dolor por la pérdida. No tengo tanta experiencia en este tipo de llanto, ni quiero tenerla. Es un llanto que te desarma, que eventualmente deja de manar, y sin embargo el dolor queda, hasta que uno se acostrumbra a vivir con él. Es un llanto eterno internamente. Pero lamentablemente inevitable.

El llanto por amor. No me refiero al llanto de "quiero a mi novio pero me metió los cuernos" porque ese entra dentro de la categoría "llanto por tristeza" (léase, enojo consigo mismo, desilusión). Me refiero al llanto profundo, que te genera el gesto desinteresado de la gente que te ama y a la que amas. La emoción violenta que te genera el ver al amor actuando. El saber, que pase lo que pase, esa persona te va a seguir amando, sin importarle el desastre que uno pueda ser. Que está orgulloso de vos aunque vos no des dos pasos, sin retroceder uno. Este llanto es imparable. No hay pañuelos ni fuerza de voluntad que pueda frenar esta invasión de agua salada que mana libremente en forma de riachuelo y que corre por tu rostro cual si fuera un valle entre montañas. Es un llanto silencioso. Sólo agua que corre. Y lleva una sonrisa perenne que te va bañando el alma y el cuerpo, liberándote de los despojos de estrés y mala onda. La consecuencia de este llanto es una sensación de llenazón de alma, de reconocer cada uno de los poros del cuerpo como
propio, porque los sentís emanando colores.

Hoy tengo un arcoiris en la piel.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Estrategias para el final de la carrera.

No tengo ganas. Pero debo. Entonces me miento, me engaño y organizo. Necesito un plan que me obligue a cumplirlo. Falta poco camino y tengo que juntar fuerzas para caminarlo, y sin embargo, a cada paso me freno. Dudas. Miedos. Y la consabida inseguridad.

Necesito pensar en esto, sin pensar en esto. Necesito avanzar con una estrategia que me nuble el pensamiento y no me recuerde que se acaba el camino despues de esta curva. Porque es lo que deseé tanto tiempo, y ahora que llega, me achico. Surgen estos deseos encontrados, el seguir adelante y terminar por fin, y el no abandonar la ruta segura.

Los atletas generalmente guardan energía, y al final de la carrera hacen un sprint. Necesito esa estrategia en este momento de mi vida, y lo único que consigo es pensar y pensar. Necesito correr con toda mi fuerza y chocarme contra la cinta que marca el final.

La gente que quiero y la gente que me quiere, no pueden entender este instinto de frenar que me corre por la sangre justo en la última curva, en el último obstáculo. Ellos me quieren ver triunfar, cortar esa cinta con mi cuerpo y festejar el final de la carrera. Quieren que yo sea feliz. Y juro que lo soy. Sé que cuando se acabe el camino, empieza otro. Y ese es el camino que elegí como propio, el camino que me hace sentir viva. Y me hace feliz. Pero ello no quita este miedo que me paraliza.

Por eso tengo estrategias. Las estrategias me habilitan a fintear los obstáculos sin perder el punto de referencia, pero pensando en cada una de las vallas del camino. Son seis las vallas hoy. Tengo que saltarlas de a una por vez, pero anticipándome a la próxima. Seis vallas y se acaba.

Y sin embargo, cada vez que empiezo a agarrar impulso para saltar el primer obstáculo, se me viene a la cabeza la imagen del final. Debo dejar de imaginar. Y empezar a correr. Rápido. Rápido.