martes, 28 de diciembre de 2010

Expresión de deseo.

Me duele tu manera de decir las cosas, hermano. Me duele que tus palabras salgan así, cargadas de odio y con mierda pegoteada. Me lastima que no puedas ver el amor que te tengo, a pesar de todo, contra toda lógica y razón. Sé que en tu mente es muy probable que creas ese mundo de paranoia y de dolor que te has inventado, pero no es cierto. Ver tu sonrisa falsa y tus ademanes fingidos me hace sangrar por dentro, se me desarman los huesos, convirtiéndose en polvo, en arena.
Me encantaría poder ponerte unos lentes que te hagan ver las cosas desde afuera. Podrías ver a los viejos desvivirse por una muestra de tu afecto. Podrías darte cuenta de que, más allá de las diferencias que puedan existir entre las personas, se puede compartir una charla, un café, un tiempo.
No sé mucho de la vida, 27 años que no tienen mucha experiencia encima no me dan derecho a opinar cómo debería vivir otro. Tiemblo cada vez que debo tomar una decisión, lloro mucho cuando siento que pierdo el control. Y sin embargo, si hay algo que me tocó aprender, es que alejando a la familia no se llega muy lejos. Solía pensar que podía hacerlo todo. Que era superpoderosa, fuerte y dueña de la verdad. En realidad, no es así. Soy fuerte, sí, pero solo por el suelo donde piso, el equipo que me aguanta. No puedo hacer todo, pero intento hacer cada cosa de la mejor manera. No soy superpoderosa, tengo una autoestima muy alta, que a veces me hace creer que lo soy, pero la verdad, es que muchas veces, necesito ayuda. Y no hay una sola verdad, puedo ser dueña de mi verdad, pero es sólo una faceta, sólo una cara de la realidad.
Me gustaría poder olvidar las palabras y las actitudes que me hacen mal. Poder eliminarlas de la memoria, hacer como que nunca existieron. En cambio, podría pegarle momentos que no pasaron, donde compartimos esta única cosa que me enseñó la vida. Mostrarte esas cosas que pasan sin que te des cuenta, el cariño que te rodea; todo lo que no querés ver, porque en algún momento decidiste dejar de creerlo.
Quiero volver a ser la familia que éramos. Quiero que podamos juntarnos y reirnos de nuestras historias y aventuras, llorar de risa con nuestras anécdotas. Quiero poder discutir abiertamente, como adultos, sin tener que cuidar lo que digo por miedo a que lo tomes a mal, te enojes y me alejes. Ay hermano mío, ojalá nos veas así, como siempre, abiertos de brazos, amándote.

martes, 21 de diciembre de 2010

Cambios

Uno nunca está preparado para los cambios. El cambio da miedo porque implica un viraje de lo conocido a lo incierto. La sensación de seguridad desaparece y es reemplazada por la incertidumbre de pisar sobre un terreno previamente inexplorado.
Muchas veces decimos "Quiero un cambio" cuando notamos que la rutina se envicia, se llena de situaciones que no nos gustan. Sin embargo, al momento de, literalmente, "cambiar", nos embarga una sensación de pánico.
Y no es que los cambios sean malos, por el contrario, generalmente, se trata de situaciones que nos van a generar placer y alegría; pero el tema está en esa sensación de pérdida que se nos mete por los poros, de abandono, de vértigo.
Hace ya unos (bastantes) años, tenía otra vida. O sea, es la misma, pero tan tan diferente que ni yo me hubiera reconocido. En ese momento, estaba muy enamorada de el que por ese entonces era mi novio, quería casarme y tener hijitos, soñaba a diario con terminar mi carrera, mientras me debatía entre el estudio, el trabajo y el amor. Los tres demandaban tiempo y eso era justamente lo que más escaseaba. Era una lucha entre la independencia que me daba el trabajo, la pasión que me generaba mi novio y (también) la pasión que sentía por mi carrera. En ese tire y afloja, perdí de los tres un poco. Me atrasé con la carrera, eventualmente dejé el trabajo y más tarde que temprano, dejé al novio. Cada uno de estos cambios fue una decisión llorada, desesperada, sufrida. Cada uno, un pánico, una sensación de vacío, una pérdida del norte.
Y sin embargo, cada uno, un excelente viraje.
Hoy soy otra, con otros sueños, otras esperanzas, pero el mismo pánico y temor al cambio. Ya no soy tan confiada ni tan inocente, aunque probablemente sigo siendo igual de estúpida. Hoy me cuesta más enamorarme, hoy mis prioridades son distintas. Pero hay algo que me mostró esta diferencia entre mis dos vidas. Hoy pasé frente a la casa donde tantas veces hice el amor en esa, mi otra vida, sólo para darme cuenta que esa casa ya no existe más. Esos pasillos, esas escaleras donde me reí tantas veces, donde me debatía ese amor trágico, desaparecieron. Hay hoy un hermoso edificio moderno con puertas de vidrio en lugar de esa casita antigua con aroma a encierro y pisos viejitos de dibujos serpenteantes. Si será otra vida, que hasta la ciudad me borra los recuerdos.