miércoles, 25 de mayo de 2011

Estático.

Comuna del Progreso era un pueblo condenado al olvido. Había sido fundado a la orilla de la vía de un tren muy importante, en la época en que los trenes eran muy importantes. Con el paso del tiempo los trenes comenzaron a ralear, luego un día, el tren simplemente no llegó más. Y la gente se quedó olvidada del mundo, en el medio de una vasta nada, sin comunicación. La estación, antes punto de reunión, de sonrisas y de lágrimas, que bullía de personas que iban y venían, en busca de una oportunidad; estaba en absoluto abandono. Plantas crecían entre los podridos maderos del otrora concurrido andén. Dos años antes había muerto el último guardia de la estación, y no había sido reemplazado por ningún otro, desde entonces ya no quedaba nadie que esperara a los trenes.
Cada tres meses llegaba el cartero con paquetes o personas. Paquetes y cartas enviados por amigos antiguos que jamás volverían a ver ; y personas que llegaban al pueblo escapándole a la sociedad, para descubrir al poco tiempo que el absurdo aislamiento no era para ellos, que volvían a partir, para nunca más volver.
Cada año había menos gente en Comuna del Progreso. Unos pocos viejos que sobrevivían al calor sentados en los porches de sus casas, algunos matrimonios cuyos hijos habían crecido y partido lejos, y sólo unos jóvenes que estaban decididos a partir algún día, aunque no estaban seguros de que ese día llegara alguna vez.
Había tres perros y un gato, todos viejos, todos flacos y todos machos, condenados a extinguirse sin descendencia.

Y pájaros, muchos pájaros que iban y venían, los únicos que podían escapar a su antojo, totalmente libres.

domingo, 22 de mayo de 2011

Anecdotario familiar II

Cena familiar, allá por los tiempos en que vivíamos todos juntos, así que yo debo haber tenido unos 17/18 años. Todos cenando y charlando al mismo tiempo (típica familia de ascendencia italiana, ruidosa y con mucho movimiento de manos). Papá dice, señalando los platos decorativos de la pared: Che, mirá la tierra que tienen esos platos. Todos miramos los platos y asentimos.
Un rato más tarde, yo lavaba los platos de la cena (no los de la pared) mientras hermanouno y hermanotres juntaban las cosas de la mesa y veían la tele.
De repente, decidimos que era un excelente momento para ponernos a jugar a lanzarnos una pelota, ahí nomás, de la cocina al comedor diario, entre los tres. Cada vez que yo tocaba la pelota, la dejaba mojada y con detergente (ya era multitasking en esa época (?)). En una de esas veces, a hermanouno o hermanotres se le escapa la pelota, reventando uno de los platos decorativos. Silencio sepulcral. Había que ocultar el cuerpo del delito.
Hermanotres agarra un plato de sopa de la alacena, que tenía un diseño bastante parecido al del difunto plato decorativo y lo coloca en la pared, como si no hubiera ocurrido nada. Pero los otros platos de la pared todos tenían una fina capa de tierra y el reemplazante no. Hermanotres pasa el dedo en los otros platos decorativos, juntando polvo, y camufla el nuevo plato, ensuciándolo.
Nadie se dio cuenta. Zafamos. El delito fue perfecto.

Tiempo después, comentamos jocosamente en la mesa, la historia del plato muerto y reemplazado. Grave error. No solo que nos cagaron a pedos retroactivamente, sino que también nos hicieron lavar todos los platos decorativos.
Mis padres no tienen sentido del humor en lo que hace a platos rotos...

viernes, 20 de mayo de 2011

Cartas de amor

Anduve leyendo viejas cartas de un antiguo amor que tenía un gran gusto por la literatura y un gran talento con las palabras (Ufff cómo me gusta el dramatismo!). Qué maravilla que estén tan vivas las palabras tantos años después de haber sido escritas, tantos años después de morir el fuego que las generó. Les comparto, de autor que me reservo, esta maravilla de amor y lujuria literaria.

"Sabes qué hago ahora?... Te hago el amor… así, contundente, sin reservas, sin limites… Te hago el amor y tú lo sabes, lo presientes, te sonrojas y te entregas; yo, te recibo ya entregado… Es extraño, te hago el amor mirando al cielo en medio de una noche fría, te hago el amor mientras te extraño, poseso por tu fuego, extrañamente, sin tu cuerpo… (...) Veo tus ojos, brillan, destellan fantasías, el universo está empezando a reinventarse, los astros se han movido de su sitio y yo… Te hago el amor… Así de simple y así de complicado… Te hago el amor… o, mejor dicho, mi alma inventa el amor junto a la tuya, se descubre a sí, desnuda de mi cuerpo y enciende el fuego de ese sol que se aproxima… Ya amanece… Buen día mi señora…"

jueves, 19 de mayo de 2011

Anecdotario familiar I

Mi familia es grande, soy la mayor y única mujer, tengo tres hermanos hermosos a quienes adoro, a pesar de las miles de veces que nos hemos peleado/puteado. Cada vez que hacemos un asado familiar, hay muchas historias que se repiten una y otra vez, generando muchas risas. Les comparto una de estas anécdotas, pa´ que disfruten che.

Hermanouno habrá tenido unos 15/16 años, yo unos 17. Estábamos tomando sol, en unas colchonetas en el patio de mi casa. Era la siesta, o la tardecita, el sol estaba bastante fuerte. Recuerdo haber estado a unos 40 centímetros de él, charlando mientras él jugaba a matar hormigas muñido de un aerosol y un encendedor. La rutina era: llama, aerosol, bola de fuego, hormiga muerta. Una de esas veces, la rutina falla: no se hizo la llama, por lo tanto el aerosol no generó la bola de fuego, sin obtener el resultado buscado: la hormiga muerta.
Hermanouno entonces alternó el orden de los brazos, alejando y girando el aerosol orientándolo a su rostro y acercando el encendedor... y procedió con la rutina mientras yo observaba todo, sin poder reaccionar a nada: llama, aerosol, bola de fuego envolviendo la cara de mi hermano. Soltó todo muy rápidamente y me miró. La bola de fuego le había quemado las cejas, las pestañas y los pelitos más cercanos a la frente, convirtiéndolos en pequeñas bolitas anarajadas. Pestañeaba mucho, estaba bastante asustado, hasta que se empezó a reir de la boludez que había hecho. Nunca me reí tanto en mi vida. Juro que cuando me acuerdo puedo ver toda su cabeza envuelta en fuego a escasos centímetros de mí.

Cada vez que cuento esta historia, Hermanouno se enoja. Te quiero manito, notenojes.

lunes, 9 de mayo de 2011

Cuestión de actitud.

Una amiga me dijo hoy que sospecha que carece de "sexyness".
No mujer. Yo te he visto, enfundada en un vestido rojo que atraía miradas, y te puedo asegurar que no carecés de dicha cualidad. Y con esto no te digo que la respuesta es un vestido escotado nena. No te equivoques. El día del vestido, la que lo llevaba era una persona que estaba radiante de felicidad, a la que no le importaba mostrarse así tal cual era al mundo. Una mujer llena de sonrisas que apuesto que en ningún momento se paró a mirar si alguien la observaba, una mujer que se autodisfrutó.
Decir que se carece de "sexyness" es medirse con el ojo de otro. Medirse en comparación a alguien más.

No es sexy el pretender ser otra, no es sexy el modelo que tenemos las mujeres en la cabeza. No tenemos que ser buenitas, no tenemos que fingir ser suavecitas y dulces y tiernas. Y nos pasa todo el tiempo, a todas. Constantemente nos estamos comparando, midiendo. Viendo si somos más o menos lindas que. Más o menos flacas que.
Dejemos de mirarnos con el ojo del otro, dejemos de pretender ser otras. La actitud es la que nos define, más que el color de ojos y los kilos de más.
Por supuesto que hay días y días. Hay días que tengo todos mis complejos al hombro y me siento una tortuga indispuesta. Y hay días donde atisbo el horizonte desde mi palmera personal. Puedo asegurar que la gente lo nota. La seguridad es sexy. Lo único que cambió entre la tortuga y la habitante de la palmera, es la percepción de mí misma.

"Me gustás más cuando me mirás con esa cara de odio que cuando sos dulce"
Eso, entre otras cosas, me dijo mi ex (no sé mi ex qué, pero mi ex al fin). "Si vos pudieras ver los gestos, la actitud con la que me hablás, el odio que se te ve en los ojos" (calculo que lo que quiso decir fue fuego en los ojos, pero bueno, yo siempre quiero que los otros digan lo que a mi me gustaría que digan y no lo que realmente dicen, pero tengo que escribir lo que dijo de verdad, sino, sería mentira) (Esa última frase fue un quilombo, pero no hay otra forma de decirlo, así que bueno, sorry)
¿Por qué me decía eso? Porque le estaba hablando yo, de verdad, le estaba diciendo la posta, sin condimentos, sin ser suavecita. Sin ser tierna. Sin ser otra.
Lo que realmente llama la atención y da vuelta las miradas no es lo señorita y simpática y comprensiva que sos. Ni lo rubia, ni lo flaca, ni el color de ojos que tengas. Es tu actitud.
Nada seduce más que la seguridad.