miércoles, 22 de agosto de 2012

Terapia de chat

El siguiente es un fragmento de una conversación que se dio por allá por enero del 2010. 
Merece ser compartido.

Ella: quien lo hubiera dicho de tu mama 
Yo: jajajaja 
Ella: bueh tiene pinta de locona 
Yo: epa 
Ella: jaja 
Yo: le vua deci 
Ella: debe haber sido una loconaaaaa. 
Ella: hasta que se casó 
Yo: no te va a hacer más empanadas 
Ella: ahí empezo a loquear con tu viejo nomas 
Yo: puaj 
Ella: jajajajaj 
Yo: too much much much info my friend 
Ella: ah... terapia amiga terapia 
Yo: puf... te imaginás? 
Yo: sentada en el divan... agarrada del borde diciendole... dígame q es mentiraaaaa!!!
Ella: jaja... yo me imagino MI terapia 
Yo: a ver 
Ella: "yo estoy bien pero...." "los demas estan para atrás
Yo: porque me dice eso paciente? (cara de psicóloga) 
Ella: ay doctora no me diga eso que me pongo como loca 
Ella: que pollera cortita dotora 
Ella: que anotas hija de putaaaaaaa 
Yo: si... es que estoy practicando la escena de bajos instintos 
Ella: que anotas te via matarrr 
Yo: juaz 
Ella: oh 
Yo: oh? que significa ese oh paciente??? 
Ella: bajos instintos 
Yo: jajajaja 
Ella: jaja 
Yo: pajera 
Ella: se le habrá escapado eso dotora 
Ella: no sé si esta bien que uste me trate asi 

Yo:esta es tu conciencia 
Ella:vaya vaya 
Ella: no me hablo nunca y me viene a hablar ahora esa culiada 

Yo: (la conciencia dice) eh no me trates asi q si no no te dejo dormir eh??. dra:- le puedo preguntar con quien habla??? 
Ella: pos vas a tener que hacer cola 
Ella: no me moleste dotora 


martes, 21 de agosto de 2012

Inocencia y culpa

La primera vez que me tocaron el culo tenía menos de 11 años.

Yo era una nena bastante boludita para el concepto actual de una nena de 11 años, 18 años atrás, tener esa edad todavía implicaba jugar a "no pisar la lava" saltando de un lado a otro o jugar a los superhéroes (yo siempre era la Mujer Maravilla o Chitara). Tenía ya por lo menos un metro sesenta (o estaba cerca, a los 13 dejé de crecer, para plantarme en el metro setenta y cuatro actual) y no debo haber tenido un cuerpo tan de "nena", siempre fui bastante gamboa.
Mis primas habían mandado la provisión anual de ropa que ya no les quedaba (recuerdo con mucha alegría esa sensación de renovar tu placard con ropa "nueva", era genial) y entre esas ropas había un jean elastizado chupín, color azul oscuro, un poco más desgastado en las piernas. Lo recuerdo bien porque fue amor a primera vista. Me quedaba di vi no.
Lo usé al día siguiente para ir a la escuela (primaria). A la vuelta de mi casa había una casa pintada de color rosa oscuro (en la misma cuadra que la "mansión embrujada", algún día contaré esa historia) donde vivía... alguien... no me acuerdo si era un bicicletero, o un cliente del negocio de mis viejos... la cosa es que había ido con mi amiguita Rosita (compañera de la escuela de la que ya hablé acá) a golpear la puerta de ese "alguien" para preguntar "algo" (sabrá dior qué cosa) cuando vemos que se acerca un "señor" desde la esquina (capaz que tenía 18 años, para mí era un señor) y me tocó el culo.
O sea.
Casi me levantó unos diez centímetros del piso de la mano que me metió el muy hijo de puta.
Yo, en ese momento, no sabía qué hacer. La miraba a Rosita confundida y ella tampoco debe haber entendido nada.
Me fui a mi casa y rompí el jean. Lo escondí para no tener que dar explicaciones por el jean cortado (eventualmente lo tiré). Creo que no le conté a nadie lo que había pasado.
Me sentía culpable. Como que yo había hecho algo mal.
Era mi culpa que me hubieran tocado. Ese jean era muy ajustado. La culpa era mía.

Es impensable cómo funciona la mente de las mujeres a veces. Sin embargo, siempre que pregunté cuál fue la primera sensación ante este tipo de situaciones, la respuesta fue la misma: culpa.
Me pregunto cuál es la razón de ser de esto.
Me pregunto por qué mierda la culpa la sentimos las mujeres y no sienten culpa los pajeros que efectivamente, son los que ejercen violencia sobre las mujeres al tocarles el culo.

Hoy, en el colectivo, me tocaron impunemente el culo. La puta que lo parió.

jueves, 16 de agosto de 2012

El amor después del amor

¿Cuántas historias no terminan con un final feliz?
¿Cuántas veces apostamos al caballo perdedor, quedándonos sólo con lo puesto, con las ilusiones deshilachadas y la frente marchita?
¿Cuántas veces nos tocó empezar de nuevo?
Levantarnos una vez más...
¿Dos veces?
¿Mil veces?

Volver a empezar es una tarea difícil.
Volver a empezar implica un esfuerzo extra.
Porque no empezamos de cero. Empezamos de menos diez (y no es como en el chinchón, lamentablemente).

Una vez rotos tenemos que empezar por sanarnos a nosotros mismos, enmendarnos, tratar de que no nos desarmemos al primer vientito que pase.
Y siempre están las cicatrices, que nos recuerdan que estos huesos no están tan sanos.

Y empezar a apostar a un nuevo amor (o posible amor, si se quiere) nos da miedo. No queremos volver a lastimarnos. No queremos volver a sufrir. Caminamos con pies de plomo, con temor, con cautela, despacito. Tenemos un enorme cartel de "FRÁGIL" tatuado en la piel, que nos recuerda constantemente que podemos rompernos de nuevo.

Pero lo intentamos.
Y tarde o temprano, ponemos fichas a una nueva historia, esperando, esta vez, que dé resultado.
Y sí, tenemos miedo, pero ante todo, tenemos ganas.
Ganas de sentirnos especiales, ganas de probar de nuevo.
Ganas de querer.

No hay persona que venga sin mochila.
El tema es saber cargarla
                                  hasta que no pese nada.