viernes, 31 de enero de 2014

La impostora

Antes de leer esto tener en cuenta:
1- No, no estoy deprimida.
2- No, creo que no estoy loca.
3- Soy una persona bastante feliz.
4- No, no hago terapia.
Listo, ahora sí pueden leerlo.

Cuando estaba en mi más temprana pubertad era bastaaaaante boludita. Y también un poco durante la adolescencia. Pensándolo bien, nunca dejé de serlo del todo, pero uno se las apaña para mantener la boca cerrada más tiempo y así, parecerlo un poco menos.

Como iba diciendo, era bastante boludita. Y el paso de la redondez infantil (adorable) a la redondez adolescente (no tan adorable) no fue un paso grácil, sino más bien, digamos, un tanto pesado.

La primera vez que me di cuenta que no encajaba fue en el cumpleaños  número 12 de una de mis compañeras de la secundaria (la Flaca). En ese momento debía de tener unos 11 años, y yo era una niña. Me refiero a que era una niña de verdad.... fui al cumpleaños con un flamante conjunto de jogging gris, con la idea de que era un cumpleaños, y que iba a chivatear, jugar a las escondidas o a la bruja de los colores o a algo que implicara correr (con la consabida posibilidad, para las personas como yo, de caerse). Y cuando llegué todas mis compañeritas estaban vestidas como adolescentes. Minis de jean, jumpers y demás. Y nadie quería jugar a juegos de nenes. Había música, y todos bailábamos en círculo, y hasta jugamos al "semáforo" (juego machista si los hay, viendo hoy en perspectiva) que implicaba que debíamos dar un beso al que pretendía pasar por nuestra parada. De más está decir que me sentí fuera de lugar. Yo empecé a actuar como una preadolescente y no como una niña.

Una de las consecuencias de ser, como dije, bastante boludita durante esta etapa de la vida, es que siempre hay alguno que te lo hace saber. Y la secundaria es una etapa horrible para ser diferente. Que si sos muy alto, que si sos muy feo, que si sos muy gordo, que si sos muy pavo. Y pasé varios años escuchando éstos y otros motes.

Y, lo peor, creyéndolos.

Así fue que me supe fea y gorda y tonta.

Con el correr de los años, uno se endurece. Y llegando a los 15 años, pese a seguir escuchando mil veces lo gorda y fea y tonta que era, la verdad es que me empezó a chupar un huevo. Y me empecé a aislar. Me encerré sobre mí misma, sólo hablando con un par de amigos. Ignorando al resto.
Me encontré con que había otras personas que tampoco encajaban (ninguna con tanto estrépito como yo, he de admitir) y que entre parias podíamos hacernos compañía. Hasta que llegó un punto en que ya no me importaba. O, por lo menos, aparentaba que no importe. Yo empecé a actuar como una isla.

Cuando fui más grandecita empecé a sospechar que tan fea no debía ser, puesto que muchas veces me decían lo hermosa que era. Lo bueno de haber actuado como una isla durante tantos años, es que tuve mucho tiempo para leer, lo cual hizo que se me pasara un poco lo tonta, y, por lo menos, fuera un poquititito interesante cuando abriera la boca para hablar. Lo malo de haber actuado como una isla, fue que me faltaba interacción social. Y cuando alguien decía quererme y desear pasar tiempo conmigo, yo lo creía de pé a pá. Así fue que terminé en relaciones desastrosas con personajes impresentables, para luego, terminar sola, pseudoenganchada con el muñeco de turno, convencida de que los hombres eran todos idiotas y que el próximo iba a ser diferente. Y empecé a actuar como una mujer desencantada.

Hasta que me encontré.
Me di cuenta de que en realidad no era ni fea ni tonta (gorda sí, pero buehhh) ni una isla ni una mujer desencantada. Me acepté como una mezcla nefasta de humor infantil, ñoñez, honestidad brutal, sonrisa fácil, simpatía natural, paciencia casi nula y carácter fuerte.  Me vi hermosa, a mi propia manera. Y empecé a actuar como soy.

Pero basta con que un palito se cruce en el camino de la propia autoestima para plantearte si es verdad que ese sos realmente vos.
Hoy, por unas hormonas y algunos minutos, me sentí fea. Y las sensaciones que debían de estar olvidadas muchos años atrás resurgieron inmediatas. Y me sentí nuevamente fea y gorda y tonta. Fueron unos minutos de bajón, que se pasaron en seguida, cuando me recordé a mí misma quién soy.
Y me surgió la teoría de la impostora, que da título a este (largo) post.

La teoría de la impostora implica que uno no es lo que hace. Implica que uno debe, por mecanismos de defensa y de presión (social, económica, etc) actuar de determinada manera, hasta que empieza uno mismo a ser de esa manera. Hasta que ya no pueda serlo más, momento en que deberá empezar a actuar de otra forma, que luego determinará que se imposte como tal.

La teoría de la impostora implica que ya no sé si realmente soy quien soy porque es mi esencia, o porque estoy impostando ser esto, pero en realidad, soy algo más.

¿Realmente es mi vida la que estoy viviendo? ¿O estoy aparentando ser quien soy, pero, en esencia, soy diferente, sólo que aún no me he encontrado?

¿Soy yo o soy una impostora?

lunes, 13 de enero de 2014

Campanas

Dicen que cuando uno tiene una pérdida muy grande en la vida, se da cuenta de las cosas realmente importantes.
Se da cuenta de que no importa tanto tener el mejor de los empleos, ni la mejor de las profesiones, ni la mejor de las reputaciones.
Se da cuenta de que lo único importante que hay en esta vida, es la gente a la que uno ama.
La gente que necesitamos.
La gente que le pone significado a cada uno de los días que nos toca vivir.

Y cada día, independientemente de las enfurruñadas y los enchinchamientos cotidianos, me despierto a su lado y lo saludo con un te amo.
Y cada noche, me besa los ojos y me repite una y otra vez que me ama, sin importar si llueve o hace calor, o si el país se incendia.
¡Qué manera tan deliciosa de dormir!

Y cada día nos besamos, y nos amamos y nos miramos a los ojos y nos encontramos.
Y nos hacemos felices, casi sin intentarlo.
¡Qué manera tan deliciosa de vivir!

Y nos dimos cuenta de que esto es lo que queremos y necesitamos y lo único que realmente importa.
Y nos dimos cuenta de que si vivimos así, ya no le tememos a la muerte, porque cada día es mejor que el anterior. El mejor.

Por todo eso, suenan campanas.
A lo lejos, en un par de meses, las haremos sonar por nosotros.







sábado, 4 de enero de 2014

La vida sigue

Aunque pareciera que te quitaron el aire, te pararon el tiempo, sacaron el piso en que te apoyabas... nada de eso pasó realmente.

Uno quiere gritarle al viento que deje de soplar, que paren el mundo, que pido gancho que no quiero jugar más.

Pero no.
El mundo y la vida y el tiempo y el viento y todo sigue.

Y uno, descarnado, en el medio de un campo grita sin voz ni silbido ni ruido ni aire.

Paren.

No quiero más.

Y el viento hace bolsa en tu boca abierta. Ruido sordo.

Y ves a las mariposas y los bichos y los gusanos y las aves y los perros y las moscas. Y no están parados, quietos, sin tiempo, como uno.

Todos siguen sin mirarte. Sin notar tu hueco. Sin escuchar tu silencio, tu falta de ruido.

Y el campo se expande hasta el infinito.

Y hay pájaros.

Y otros que gritan en silencio. Van apareciendo otros cuerpos que miran alrededor. Como uno.

Y más pájaros. Libres. Vuelan y se van de este campo.

Y los otros también miran a los pájaros. Si vuelan, el tiempo no paró.

Devuélvanme la piel. Devuélvanme la voz. Devuélvanme el tiempo a mí también.